En esta Primera Época Ibérica (finales del S.V y comienzos del S. IV a.C.) se producirá un auge en las grandes ciudades, ligadas a un claro incremento demográfico. Este periodo se caracteriza por que los miembros de la élite se entierran bajo grandes túmulos donde se documentan reutilizaciones de elementos pertenecientes a monumentos funerarios anteriores, y veremos como aparecen las principales esculturas. Se generaliza el comercio con la importación de las cerámicas áticas de barniz negro, especialmente en el sureste y con la creciente influencia de cerámica gris «ampuritana» detectada en yacimientos de Andalucía, sudeste y Levante.
El final de este período viene marcado por una crisis en el mundo ibérico, donde se abandonan o destruyen poblados y sobre todo las importaciones de cerámica griega prácticamente desaparecen. Hecho significativo por el que apreciamos el inicio de un periodo de crisis.
En la siguiente fase, finales del S. III al I. a.C., coincidiendo con la llegada de los Bárquidas a la Península y con la posterior romanización, se producirá un nuevo auge de la cultura ibérica que verá favorecido su desarrollo socioeconómico, incrementándose el comercio exterior y las relaciones interregionales. Se manifiesta particularmente en las producciones cerámicas con los estilos de Liria, Elche-Archena, etc., nueva plástica, acuñaciones monetales indígenas y la extensión del alfabeto ibérico-levantino.