Las primeras fuentes históricas que nos hablan sobre los pueblos que habitaban la Península se remontan al S. VI a.C., (Mito de Gericón, Tartesos). Posteriormente, y entre los siglos II y I. a.C., encontramos autores que incluso visitaron la Península, describiéndonos tanto el territorio como a sus habitantes. Estas fuentes escritas, se han podido contrastar en parte, con los testimonios arqueológicos.
Siguiendo el criterio de localización geográfica, anteriormente mencionado, podemos ubicar la cultura Ibera en la zona comprendida entre la baja Andalucía, el Levante, hasta el sur de Francia, penetrando por la Meseta suroriental y por el valle del Ebro.
Dentro de esta localización geográfica encontramos una cultura unificada que se extendería desde Andalucía hasta el Pirineo; en el interior sus límites vienen marcados por Sierra Morena, Cordillera Ibérica, la región catalana hasta el Segre y parte de Aragón. Pero esta unidad geográfica es también relativa, ya que el sustrato común se había diversificado como consecuencia de múltiples causas (colonización de grupos mediterráneos, aportación masiva de Tartesos y mastienos, libiofenicios…).